El hada soberana

Había una vez, un pueblo lleno de hadas. En el qué cada una de ellas tenía una importante tarea. Todas las hadas solían hacer buenas obras y estar disponibles para cuando se les necesitara. Sin embargo, muchas veces, algunas se olvidaban de lo que tenían que hacer para que todo el pueblo estuviera contento.

Una noche, el hada soberana hizo una fiesta de reunión con el resto de las hadas del pueblo, a la que todas y sin faltar ninguna tenían que entrar.

Una vez que se supo la noticia de la fiesta que hacía el hada, todas las del pueblo se disponían a estar preparadas para esa increíble reunión. Pero una de ellas, cuando iba de camino a la fiesta del hada soberana, escuchó a lo lejos a unos niños llorar.

Alba, que era así como se llamaba nuestra hada, se detuvo en seco al escuchar el llanto de los niños que tanta pena le dio y encontró una casa en el medio del bosque en la que se dispuso a entrar. Una vez que el hada Alba estaba dentro, vio como los niños estaban solos y con mucho frío.

’Nuestros padres están en la ciudad trabajando y tenemos mucho frío’ Cuando el hada escuchó a los niños, buscó cómo encender la chimenea para que así los pequeños estuvieran más cómodos y no pasaran frío. Los niños estaban muy contentos y le dieron las gracias al hada por haber sido tan buena.

Cuando el hada salió de la casa, se dio cuenta de que era muy tarde, y que la fiesta que había organizado el hada soberana ya estaba por terminar. Ella sabía que, si llegaba a esa hora, la tendrían que castigar por llegar tarde.

Aun así, nuestra pequeña hada se arriesgó, llegó y contó lo que había pasado. A lo cual el hada soberana, con una sonrisa en el rostro, le dijo que no se preocupara, que su buena acción le ameritaba el perdón.

Y así fue como nuestra pequeña y generosa hada, disfrutó de esa noche junto con sus amigas. Y colorín colorado, éste cuento se ha acabado.