La niña de los fósforos

Cuenta la historia que una vez, una niña iba por las calles vendiendo cajas de fósforos justo la última noche del año. El frío era muy fuerte, y su delgado suéter no le ayudaba mucho. Para empeorar un poco su situación, a la pobre niña se le rompieron sus zapatos y tuvo que quitárselos para seguir su camino.

Anduvo descalza durante largo tiempo hasta que sus pequeños piececitos se pusieron morados por el frío. En su delantal guardaba un puñado de fósforos que no había logrado vender, así que decidió encender uno de ellos para calentar sus manos. Poco después se apagó y procedió a encender un segundo fósforo para calentar sus pies.

La pobre niña soñaba con llegar a casa y deleitar una cena deliciosa, pero al ser de una familia pobre, esto no sería posible. Por eso hizo un esfuerzo por levantarse y seguir vendiendo sus fósforos, aunque el frio la consumiera poco a poco.

Caminó un buen tramo sin lograr vender ni una caja de fósforos, haciendo que la pobre niña se pusiera muy triste y comenzara a llorar, ya que sabía que no podría llevar nada de dinero a casa esa noche y que no tendría tampoco nada para cenar con su familia.

Fue entonces cuando un buen hombre misterioso se acercó a ella y le ofreció una manta para el frío. Después preguntó que qué hacía tan noche en la calle ella sola, a lo que la niña le dijo que tenía que vender sus fósforos para poder llevar algo de dinero a casa y cenar con su familia.

Eso conmovió al noble hombre y le dijo que no se preocupara más, que él le compraba todas las cajas de fósforos que le quedaban. Eso alegró el corazón de la pequeña, la cual pudo llegar muy feliz a su casa con mucho dinero y un pequeño pollo para cenar con su familia. Y colorín colorado, éste bello cuento se ha acabado.