La ratita presumida

Había una vez, una ratita que era muy presumida. Se encontraba barriendo su casita cuando vio algo que algo brillaba en el suelo. Se trataba de una moneda de oro, la recogió y se dedicó a pensar qué podría comprar con esa moneda.

En principio, pensó en caramelos, pero desechó la idea porque le dolerían los dientes, después en pasteles, pero tampoco fue porque le dolería el estómago.

Finalmente, optó por comprar un pequeño lazo rojo para su cola. Se dirigió al mercado y pidió al tendero un trozo de su mejor cinta roja. Volvió a casa y al día siguiente se puso el lazo en la colita y salió al balcón.

Se veía tan bonita la ratoncita, que cada animal que pasaba por su balcón, le proponía matrimonio. El primero en pasar fue un gallo. La ratita le pregunta que qué ruido hacía, a lo que el gallo contesta “quiquiriquí” y la ratita lo rechaza porque no le gustó ese ruido.

Al rato aparece un perro y le pide matrimonio, la ratita le pregunta lo mismo y el perro contesta “Guau, guau”, pero como eso le asustaba, decidió rechazarlo también.

El siguiente fue un cerdito, escuchó su “Oink, Oink”, pero también lo rechazó. Pasaron muchos más animales, pero la ratita presumida, seguía rechazando a todos.

Hasta que un día, otra ratita llegó y llamó la atención de todos los animales, dejando a nuestra ratita presumida sin nadie que le hiciera caso.

Fue así como la ratita presumida aprendió de mala forma, que no es bueno sentirme más que los demás, y que si tienes esa actitud es muy probable que las personas dejen de interesarse por ti. Y colorín colorado, este cuento se ha terminado.